enemos a los apocalípticos. Siempre están ahí, esperando su turno, afilando los dientes a la espera de soltar sus augurios negros, de escribirlos, de decirlos: después de Ucrania. Son solo dos ejemplos de columnas y entrevistas que he visto en apenas un vistazo de cinco minutos a la prensa digital. No sé si hay alguna base real para anunciar nada similar, pero de igual modo que antes de la invasión no veía a nadie o casi nadie que diera verosimilitud al ataque, ahora se han multiplicado como las setas quienes al calor del horror y el lógico canguelo que nos ha entrado a todos te lanzan toda clase de predicciones a cada cual más peligrosa y delirante. Claro, que también parecía delirante que Putin diese la orden, pero la dio. Con lo cual, ¿quién les dice a los apocalípticos que no, que por favor dejen de asustar? No tienes argumentos. Ese es otro de los problemas de tratar con iluminados omnímodos como Putin o gente similar con excesivos años en el poder y que al parecer puedan haber perdido la chaveta: que no sabes qué cojones tienen de verdad en la cabeza, ni la idea del mundo, ni la idea de sí mismos y de la humanidad. Los ves como personajes alejados de la realidad, tan alejados, que les crees capaces de cualquier cosa. Y eso es lo que acojona, claro, porque, como personas que somos, somos egoístas y pensamos en nosotros mismos con esta guerra o con esta invasión: ¿nos va a pegar este asunto aquí, corremos peligro físico, tengo derecho a tener miedo mientras matan a ucranianos y ucranianas? Este es un pensamiento que por lo que veo y he oído se tiene por aquí. Quizá es que la pandemia nos ha hecho aún más temerosos y sentimos más miedo que antes. Quizá es que sentir miedo sea lo lógico: Ucrania está cerca. Putin parece un tarado. ¿Cómo va a seguir o acabar esto?