reo que ya les he contado en alguna otra ocasión que uno de mis hobbies favoritos es surfear por Google Maps en busca de posibles lugares en los que clavar mis huesos los próximos años de vida, en una especie de ensoñación que se antoja irrealizable y que precisamente por eso es placentera y estimulante. Últimamente, como comprenderán y seguro que les sucederá también a ustedes, esta sensación de tener la necesidad de escapar de la realidad e incluso de hipotéticos y cercanos peligros es más acusada, así que peino el planeta más de lo habitual. No voy a detallarles a qué lugar me voy a ir en cuanto pueda, puesto que se trata precisamente de que no encontrarse con un paisano que te diga que ayer tu equipo perdió 0-2, pero sí que tiene que tener esto: playa, cerca o más de 3.000 horas de sol al año, temperatura media anual mínimo de 18 grados y a ser posible más de 20, casa con porche y mecedora y si es posible un petatxo de jardín, libros, internet y una tv satélite con los canales deportivos. Todo lo demás es accesorio por completo. Sí, es pedir, pero, coño, ya hemos quedado que es una ensoñación, así que en las ensoñaciones se puede uno pedir lo que quiera. Con que haya 100 vecinos, una cafetería, un bar, un supermercado y una panadería me basta. Bora-Bora tiene muy buena pinta, la verdad, pero quizá sea un pelín turística. Necesito algo más apartado. Las Islas Gambier, en la punta occidental de la Polinesia Francesa, están muy bien. Ni qué decir tiene que no pueden albergar bases de Estados Unidos o de la OTAN, ni nada de eso, que no quiero sustos. Vamos, que la oferta se me reduce, porque esta gente está muy extendida, con eso de la paz y tal lo tienen todo o pillao oficialmente o bajo manga. Quizá tenga que mirar hacia Oriente. No sé por qué aquí en Occidente estamos llenos de prejuicios hacia Oriente. Y todo tan malo en todas partes no puede ser, ¿no?