Hay veces que uno no sabe dónde está el centro de gravedad de la vida. Si en Plaza Catalunya o en cualquier habitación de mala muerte realquilada por 400 euros. Adiof Zadi es un nombre imaginado. Vive aquí. Dice que tiene 29 años, pero no está seguro. Nació en una choza construida con latas viejas en la aldea de Tafolo, en Costa de Marfil. Cuando hubo reunido 500 dólares tras años de trabajos forzados puso rumbo a Mali. En ese precio iban incluidas dos violaciones, un intento de asesinato, una tentativa de suicidio, dos secuestros en el trayecto hacia Argelia y quince días a pan duro y agua sucia. Vio cadáveres que confundió con animales y animales famélicos que confundió con hombres. Llegó aquí tras pasar por Almería. De eso hace cuatro años. Cuando llegó fue acogido por gentes de buena voluntad. Acudió a los servicios sociales, Cruz Roja y Cáritas. Todo el mundo le oía, pero pocos escuchaban el latido de su vida. La razón que le impedía entender el enredo de este mundo. Vivió en negro, trabajó en negro y sufrió en negro. Pero nunca consiguió esos “papeles” que te hacen caminar seguro aunque sigas estigmatizado por los ladridos populistas de los Riveras, Abascales y algún autóctono con pedigrí.

Lleva dos años sin protección económica alguna y se ha echado años encima, como un viejo amnésico. Aunque cada día recuerda a una madre anciana de 46 años.

Me decía el otro día que se está volviendo loco, que bebe a diario traicionando la ley coránica. Y que no duerme, salvo cuando consume Noctamid. Entonces sueña con tener una buena tumba en el cementerio. A su manera dice que la vida es etérea y fúnebre como el suicidio de una mariposa.

Adiof es una de esas 14.000 personas excluidas entre las excluidas que hay Navarra. Gente invisible que, según el último estudio de Foessa en Navarra, solo aspira a sobrevivir sin esperanza en este capitalismo salvaje.

Vuelvo a Plaza Catalunya y me pregunto si esa revolución es heroica. Adiof me contesta que toda interrogación capital le avergüenza. Incluyendo sus propias preguntas.