Cuando Pedrojoy le pide a Torra que condene la violencia sabe que está jugando a pillar. Pedrojoy sabe que su exigencia no responde a ningún interés ético, pero necesita construir un nuevo enemigo interior para aplazar los debates que desde hace 40 años reclaman día y hora. Porque como dice Xandru Fernández, desde que ETA ya no existe una parte del ecosistema español se ha quedado sin legitimidad. Y es que la violencia que Pedrojoy y los Abascales y los Riveras y las Cayetanas están pidiendo condenar no tiene nada que ver con la conciencia. Es un tiqui-taca especulativo que solapa la incapacidad de negociación de todos ellos. Un autoengaño del que se saca partido. Dice Avishai Margalit en The decent society que una sociedad decente es aquella que no humilla. Pues bien, la condena de esa violencia trampeada se ha convertido en un juego de humillación, pero no de valoración del hecho traumático. Me gustaría recordarle al amnésico Pedrojoy que su jefe ya jubilado, Felipe González, nunca condenó los asesinatos que sus sicarios, el Barrionuevo y el Vera, jefes de los GAL, perpetraron con la compañía El Valor del Estado S A en plena pacificación norteña. Quedó probado que muertos hubo. Y violencia también. Pero fueron indultados en 1998 y nunca se pidió que el PSOE condenara los hechos ni tampoco su ilegalización. Más, en 2014 la Guardia Civil mató a quince inmigrantes en el Tarajal. La causa se archivó en 2015 y 2018. Y si bien ahora una nueva jueza los procesa por homicidio imprudente, estoy esperando a que Pedrojoy condene esa violencia probada. Más, Ana Palacio, ministra de Exteriores de Aznar, se negó a condenar el asesinato del periodista Couso a manos del ejército americano. Y más, Trillo, el ministro “manda huevos”, se negó a declarar por este asesinato. Su religión se lo impedía porque la moral solo le funcionaba de cintura para abajo. La violencia en España es como el colesterol, lo hay bueno y malo. Pues eso, que depende dónde te pille la timba para ser el más cardenalicio.