urante aquellos días de abril mediamos el miedo por los muertos que subían y subían por esa curva que nunca llegaba al pico. Y el miedo nos encorvó la mirada y el alma. Sabíamos, no obstante, que un día ese pánico se instalaría en una meseta y que Caronte, cansado, dejaría su barca en la otra orilla.

Hoy, sin superar el miedo, miles de personas comienzan una escalada hacia esa curva social del desempleo, la precariedad y la pobreza que quizás no encuentre meseta alguna, ni desescalada. Porque en esa curva estructural ya vivían antes del covid-19 doce millones de españoles, un 26% de la población que ya estaba confinada viviendo con el freno de mano echado. A estos doce millones habrá que añadir algunos más. Y es que solo en marzo se perdieron, según el SEPE, 900.000 afiliados a la Seguridad Social. En esas fechas había 620.000 expedientes de ERTE reconocidos por el ministerio. Pero hay más, los 300.000 nuevos desempleados de marzo, hacían alcanzar los 3,5 millones de parados. Este escenario nos llevará a unas tasas de paro cercanas al 22%. Un desempleo inclemente que no siempre estará cubierto por el sistema de protección por desempleo ya que solo el 64% de los extrabajadores estarán cubiertos por algún tipo de prestación. Quizás nos preguntemos cómo es posible soportar esta tensión sin que la gente salga a la calle o asalte la Moncloa. Bueno, hay mecanismos de contención. Uno muy importante: la economía sumergida se ha sumergido de verdad durante la cuarentena. Eso ha evidenciado aún más la pobreza de esos 12 millones de trabajadores pobres. Porque en este reino, según datos de Hacienda, la economía "en b" representa el 25% del PIB. O lo que es lo mismo, más de 250.000 millones de euros que solo cotizan en las alcantarillas. Si volvemos a la vieja normalidad, la vieja economía también lo hará y entonces los patriotas de Vox debieran aguantar el grito de una Kelly de Vallecas: "este es un país del que te avergonzarías si tuvieras que presentárselo a alguien".