n ocasiones, esta columna se puede levantar en 30 minutos. Ocurre cuando la gravedad pesa como una asfixia extraña. Otras veces le puede costar tres días. La culpa entonces es de esos días tan cargados de incertidumbres y tan llenos de certezas. Pero hay semanas que esta columna no hay dios que la levante. Y lo achacas a esa astenia colectiva de los últimos meses. A esa circularidad constante. Y por mucho que uno quiera aplicarse esa frase de Foster Wallace que dice: "la tarea de la buena escritura es la de darles calma a los perturbados y perturbar a los que están calmados", no hay manera de escribir algo vertiginoso, ni palabras que puedan ir más allá de las palabras. Y, sí, miras de reojo a la realidad porque no te atreves a mirarla de frente. Y aparece entonces el bocachanclas de Bárcenas poniendo contra las cuerdas a del Burgo y esa navarra que finge ser hija ilegítima de otro ilegítimo y Dolores Rubio, la jefa gerontofóbica del Hospital de Alcalá y la vacuna de AstraZinica y Trenasa volviendo a las andadas y los Sinfermines de Chivite y Maya y su Bombero Torero y Díaz Ayuso diciendo "Soy de Pablo total" por no decir de Pablo Escobar y esa vergonzosa tumba de Zaldibar latiendo como un volcán helado y Marina Lameiro, Dardara y Berri Txarrak, un trio explosivo que nos trae buenas noticias y el chantaje de la gratuidad de las escuelas infantiles a cambio de la renuncia a la inmersión lingüística en euskara y Laura Borras presumiendo de izquierdas como se presume de una vida perfectamente feliz y Jon Alonso en busca de "Naparra", ese caso cubierto por la pesada manta de una noche sin amanecer. Y así hasta abarcar todo el ruido del mundo. Entonces sientes el dolor espeso de 62.000 muertes. Y dudas si rescatar esa frase de Macedonio Fernández que dice: "¿Quien cree que es esa entrometida, la realidad, para arruinarme la vida?".