al día como ayer de hace 40 años se inauguraron los Golem. Era 1982 y aquella ciudad ochentera todavía vivía en el centro. Así que los Golem vinieron a inaugurar el Tercer Ensanche y con ello a descentralizar la ciudad hacia los márgenes, donde la vida deja de ser pura ficción. Hacia ese salvaje oeste que esta banda de forajidos del celuloide conquistaron a golpe de sueños y ensueños. Y allí levantaron el principio de la modernidad de Pamplona. Que igual es mucho decir, pero como en esta ciudad nos van los excesos, ahí lo dejo. Y claro, cumplir años obliga a volver a ese lugar doloroso llamado memoria. Aunque seas de esos que piensan que es mejor adherirse apasionadamente al paso del tiempo que maldecirlo. Lo que no quita para que te vengan cosas a la cabeza, gente que ya no está o ese tiempo que se va como cuando te viene una asfixia extraña. Y pelis que has visto aquí y que cuando sales del cine sientes que la grandeza del mundo no tiene por qué ser pasajera. Esa grandeza la sentí en Tasio, de Montxo Armendáriz. Porque en los 80 todos quisimos ser supervivientes. O en La Vida es bella, de Roberto Benigni, que entré retorcido de tristeza y salí con una sonrisa de oreja a oreja, o con La pelota vasca, una peli que abrió en canal muchas conciencias. Porque Medem quiso ir al centro del laberinto, a ese lugar donde la presión del silencio era tan fuerte que solo quedaba una salida. Recuerdo esa película como uno de los mejores regalos que Golem ha hecho a la ciudadanía. Porque sus resplandores épicos iluminaron un país que había perdido la esperanza.

Por eso hay que devolver el favor. Y volver al cine. Porque, como dice Rodrigo Fresán, las verdaderas y mejores historias les suceden solo a aquellos que saben contarlas como se merecen. Y sí, la vida se habrá vuelto un disparate, pero los Golem la hacen un poco más llevadera. Zorionak.