“Las cerecicas de Etxauri, ¡qué fruticos!” cantaban hace unos años Kojón Prieto y los Huajalotes. Ahora, mientras me como unas cuantas, rojicas y sazonadas, pienso en todo lo que hay detrás de ellas: un producto local, de temporada y de kilómetro cero. Una producción de entre 200.000 y 300.000 kilos cada año. Unos 80 pequeños productores, casi todos familiares, agrupados en la cooperativa Orvalaiz, que no paran de mirar al cielo porque estas cerezas son de secano y necesitan lluvia, pero no demasiada porque si no el fruto se abre, y calor, pero no demasiado, porque se seca. Gente que se cabrea con esas dichosas moscas nuevas que invaden la zona desde que los inviernos ya no son como los de antes y que ponen sus huevos en todas y cada una de las cerezas de docenas de árboles, con una precisión matemática. Vecinos y vecinas del valle que, liándose la manta a la cabeza, han preparado con muchísima ilusión la primera Feria de la Cereza del Val de Etxauri para este domingo, día 9, en colaboración con los ayuntamientos y la Asociación Etxauribar Lanean. Y pienso en todo lo que me han contado estos días sobre el trabajo que vienen haciendo desde hace seis años para crear tejido social en la comarca y fomentar la historia, la cultura, el euskera, la producción y el consumo de productos locales? El valle tiene en total unos 1.400 habitantes. Cabrían en diez bloques de pisos de la ciudad, pero prefieren el abrigo de la sierra de Sarbil y las orillas del Arga.

La verdad, prefiero pensar en las cerecicas de Etxauri que en el insufrible juego de tronos, en sus diferentes versiones, que nos están haciendo tragar estos días nuestros queridos políticos.