Yo no entiendo mucho. Me refiero a lo de Venezuela. No tengo datos. Tampoco los he buscado (supongo que en internet habrá datos e informes para todos los gustos). Pero tengo dudas. Lo mío son las dudas. Hay algo en mi cerebro, un resorte que no controlo voluntariamente, al que se le ha encendido la lucecita roja y no sé qué hacer para apagarla. Creo que ante todo necesitamos saber quién es el malo. Hay que aclarar eso. Vamos a ver, ¿Maduro es el malo? O sea, ¿Maduro es el malo y Trump es el bueno? ¿Maduro es un dictador tonto con un bigote negro idéntico al de Sadam Husein y Trump es un demócrata rubicundo, muy inteligente e incansable defensor de la justicia y la paz? ¿Es eso? Yo solo pregunto. ¿Trump sufre mucho por lo que está pasando en Venezuela y quiere lo mejor para el pueblo venezolano? Ah, me encantaría creérmelo. Todo sería perfecto. ¿Tú te lo crees? Qué suerte la tuya, amigo. Mi jodido cerebro me lo impide. Me ha tocado un cerebro suspicaz. Lo es a todas horas. Por las tardes es aún más suspicaz, así que escribo esto temprano, por la mañana. Y aún así sospecho de Trump. ¿Por qué ha elegido salvar precisamente a Venezuela habiendo tantos países en el mundo que necesitan ser salvados con mayor urgencia? ¿Le tiene un afecto especial a Venezuela? Ojalá fuera así de bonito. Me encantaría. Sin embargo, fíjate cómo es mi cerebro: ahora me saca el tema del petróleo. ¿No será que a Trump le interesa el petróleo de Venezuela? Hay mucho rollo comercial con el petróleo, ¿no? ¿Eso no tiene nada que ver? En fin, las malditas dudas. Porque luego hay otra cosa: la guerra en sí. ¿No será que a Trump le vendría bien tener su propia guerra? Todos los presidentes estadounidenses la tienen. Es una tradición: les encanta. Les proporciona mucha popularidad. Seguro que Donald lo ha pensado, ¿no crees? Lo que me extraña es que haya obtenido el asentimiento cómplice de Europa. Y de España, claro. ¿Cómo lo habrá conseguido? ¿Tú sabes algo? ¿No? Yo tampoco. Ni idea.