Los inviernos ya no son como antes. “Las nieves y las rosas de antaño ya no existen”, decía François Villon, el poeta de las tabernas y los caminos. ¿Y los tomates? Los tomates ya no saben a nada. Los melocotones no huelen. Y a mí me han cerrado todas las tiendas en las que antes compraba y las viejas librerías en las que me gasté el dinero cuando no tenía mucho. A veces, aún voy por las calles de siempre recordando los comercios que había hace treinta años. Tenía razón Arrimadas, el domingo, en la tele, cuando dijo que el feminismo de ahora ya no es el que era. También hace treinta años se hacían manifestaciones el día 8 de marzo en Pamplona, pero entonces iban muy pocas. Y sí, admitámoslo, tenían un aspecto ligeramente distinto al suyo. Pero el tiempo pasa y pasa. De hecho, somos tiempo. Gran parte de la sabiduría humana se condensa en una adecuada asimilación de esa evidencia. Mirad a la vieja y entrañable UPN. Echadle un vistazo a ser posible sin animadversión. Observad su extraña deriva. ¿Acaso no hay algo retorcido y dislocado en semejante maniobra? Ay, ya ni la UPN es lo que era. Aliándose ahora con las huestes del antinavarrismo, ¡qué extraño desvarío! ¿Qué diría el ilustre Juan Cruz Alli, guardián de las esencias, foralista de pro? ¿Qué diría el arisco y sobrio Aizpún si levantara la cabeza? Diría que ya nada es lo que era. Que todo se adultera y se corrompe. Y que todo se disuelve en conveniencias e intereses. ¿Quo vadis, UPN? ¿Adónde vas? ¿De qué huyes? ¿Por qué te ocultas? ¿Por qué miras de soslayo? ¿Y qué has hecho, insensata? Acuérdate de la coplilla que en tu honor escribió el gran Lope de Vega: “¿Adónde vas perdida? ¿Adónde, di, te engolfas? Que no hay deseos cuerdos con esperanzas locas”. En fin, qué melancolía. Me voy a dar unas cuantas vueltas en mi taburete giratorio.