A la derecha le va mejor cuando disimula. Qué importante es la hipocresía en sociedad. En fin, llevo un par de días preguntándome cómo lo estará pasando el pobre Aznar. Siempre tan solo en las alturas. Sin poder compartir con nadie su aflicción. Y encima sin bigote. José María Aznar, ese demiurgo tutelar triste y airado. La semana pasada, tras el primero de los debates, dijo: “Si tengo delante a alguno de los candidatos de ayer me duran muy poco”. Pero no se puede estar tan seguro de uno mismo. Hoy en día la arrogancia suscita suspicacias. Y más si llevas bigote en el alma. Un político tiene que tener olfato y captar el espíritu de los tiempos. Si pierde eso, mal va. Aznar ha empujado a la derecha española hacia una especie de neofranquismo desinhibido y sin complejos que por fortuna ha fracasado. Concedámosle el mérito. ¿Podía haber triunfado? No sé, supongo que sí. De todas formas, imagino que Rajoy habrá soltado al respecto alguna de sus retrancas gallegas: ante gente de confianza, claro está: ante Soraya, por ejemplo. ¿Qué será de Soraya? Es igual, ya no importa. El que importa es Sánchez. ¿Qué tiene Pedro Sánchez, el superviviente? ¿Es simple suerte o hace bien algo? Yo creo que lo que hace bien (aparte de lo bien que le quedan los trajes) es lo que Nietzsche llamaba la hipocresía noble, es decir, hablar poco y fingir modestia. Porque, como decía: están de moda los líderes de perfil bajo. Gritar mucho, adelantar la pelvis y alzar el mentón en plan castrense ya solo agrada a los recalcitrantes de cierta edad. Y en estas elecciones se ha notado (creo) el voto de los jóvenes. Y, sobre todo, el de las mujeres. La revolución femenina sigue ahí y no va a parar: parece que algunos ni se enteran. ¿Sánchez gusta a las mujeres? Puede que sí, no sé. Los italianos, que entienden de esto, le llaman Il bello. Y seguro que a él le encanta. Aunque eso no puede ser todo, ¿no? Tiene que tener algo más. Pero, ¿qué? Misterio. Quizá no lo sepa ni él.