Ayer escribí dos columnas. En la primera, titulada Dan miedo, manifestaba mi temor a que Sánchez e Iglesias volvieran a las andadas y se enzarzaran de nuevo en las suspicacias, los reproches y el postureo. Decía que no me fiaba de ellos e ironizaba con la posibilidad de una nueva convocatoria de elecciones. Escribí esa columna por la mañana y la acabé pocos minutos antes de que se diera la noticia del preacuerdo que acto seguido firmaban ambos en directo ante las cámaras. Así que tuve que escribir otra por la tarde y tirar la primera a la basura. Esto pasa a veces, claro. La realidad te desmiente y hay que reescribir. Y de algún modo, eso es también lo que les ha pasado a ellos dos. La realidad les ha desmentido y han tenido que reescribirla. Sánchez pensaba que iba a salir fortalecido y ahora tiene tres escaños menos. E Iglesias ha podido observar en cabeza ajena los riesgos de dejar pasar las ocasiones. Por suerte, han tenido una segunda oportunidad (gracia que no siempre se nos brinda). Que esta vez hayan actuado con rapidez y discreción me ha parecido crucial. Han sorprendido a todos y eso ya es algo. Por supuesto, ambos eran conscientes (tanto ellos como sus equipos negociadores) de la enorme decepción que habían sembrado entre sus respectivos votantes. De eso y de la necesidad -la urgencia, diría yo- de cambiar de tono y dar una imagen de responsabilidad y eficacia. Vale. Parece que se lo han tomado en serio. Ya veremos. De todas formas, no me extrañaría que el verdadero catalizador de todo esto haya sido el feroz ascenso de Vox. Le han visto las orejas al lobo. Todos se las hemos visto. A veces no hay nada como eso para dejar de hacer chorradas.