La gente se está olvidando de la divina despreocupación y es una lástima. Antes nos despreocupábamos mucho mejor. Por supuesto, para esto de la despreocupación no hay nada como ser joven, creo recordar. También vivir en el sur ayuda. El sur es, en cierto modo, un estado de la mente. ¿Se podría estar en el sur viviendo en Pamplona? Me gustaría creer que sí. Pero ahora vivimos todos en el norte. Hasta los que viven en el sur viven en el norte, me temo. Ese es el gran logro del norte, claro. O mejor dicho, su gran engaño: conseguir que hasta los que viven en el sur acepten y adopten su obtuso sesgo economicista. ¿Vivir preocupados por todo y todo el tiempo es mejor? Vivir en la constante competición, en el temor constante a todo lo malo que podría ocurrirnos, ¿eso es lo guay? Supongo que es inevitable. Yo hasta ayer estaba muy preocupado con la posibilidad de que Sánchez se deje convencer por Felipe González y José María Aznar, cuyos fantasmales espectros acaban otra vez de visitarnos con sus resonantes voces de ultratumba. La cosa aún no está hecha y hay sectores que todavía ven posible una especie de gran coalición del PSOE con el PP y Ciudadanos. Por otro lado, ERC ahora parece que dice que no. Esto es de locos. Aún suelo ver de vez en cuando en YouTube (por nostalgia, más que nada) la bronca que le echó Rufián a Iglesias en la investidura fallida del 25 de julio: “Debería darles vergüenza”, “Se arrepentirán”. En fin. De todas formas, yo ya no me preocupo. Acabo de leer una noticia que me ha encantado. Dice: “El 91% de las preocupaciones de las personas no se hacen realidad jamás”. O sea, que nos preocupamos en vano. Es la conclusión a la que han llegado unos científicos de la Universidad de Pensilvania. Como bien dijo el estoico Lucio Anneo Séneca poco antes de cortarse las venas: “Sufrimos más a menudo en la imaginación que en la realidad”.