la sentencia del caso Arandina da para pensar un rato. Tres jóvenes futbolistas, de 24, 22 y 19 acusados de violar en grupo a una menor. El tribunal da los hechos por probados. Con los agravantes de cooperación necesaria e intimidación ambiental. Condena: 38 años de cárcel para cada uno. En Aranda de Duero se organizó una manifestación el pasado fin de semana. Una manifestación en solidaridad con los agresores, no con la víctima. La novia de uno de ellos dice que no es justo. Hace solo unos meses se hizo público un informe sobre el consumo de pornografía entre los adolescentes actuales. Se destacaba lo pronto y lo fácil que acceden a ella. A veces antes de los diez años. Y se afirmaba que la nueva pornografía “tiene un impacto cada vez más relevante en las relaciones interpersonales de adolescentes y jóvenes”. La pornografía se ha banalizado. Todo el mundo la consume. Hay cientos de millones, repito, cientos de millones, de vídeos gratis con todo tipo de escenas, más o menos perversas o brutales, al alcance de cualquiera, repito, de cualquiera. El porno más bestia se ofrece gratis y sin restricciones de ningún tipo con solo pedirlo en el buscador. No se suele hablar de esto porque ese ha sido siempre el gran silencio de la humanidad. Pero está ahí. Y siempre va a estar. El 12% de los sitios web en internet son pornográficos. Los chicos y chicas lo saben a edades cada vez más tempranas (aunque sus padres pretendan ignorarlo). Primero les atrae la curiosidad, luego les fascina y finalmente puede acabar conformando sus ideas y hábitos sexuales. La otra gran cosa que señala el informe es la necesidad de educar emocional y sexualmente a las nuevas generaciones para evitar que imiten y generalicen algunos modelos de conducta especialmente espantosos. Esa es la clave. Cuanto más claramente se hable de esto, mejor. Las violaciones en grupo salen caras, eso por lo menos debería saberlo todo el mundo. No vale alegar ignorancia.