osotros, todavía estamos bien. Dijeron que hay que intentar no pensar y ser creativos. Y lo hacemos. Lo intentamos, quiero decir. Ahora tenemos tiempo para realizar cosas que antes ni se nos ocurrían. Hacer limpieza, por ejemplo. Hacer limpieza puede ser un ejercicio muy satisfactorio. Y además haces ejercicio, ¿no es divertido? En realidad, se le ocurrió a nuestra hija. Una chica bastante avispada. Cuando lo es. Estaba muy callada, sentada en una silla. Pensé que tenía un mal día. Pero de repente, dijo: “¿Y por qué no hacemos limpieza?”. A veces tiene cosas de esas y nos encanta. Un día ganó un concurso de microrrelatos. Lo digo en serio, estaba feliz. Nuestros amigos flipaban. Nunca la habían visto así. Desde entonces no ha dejado de sorprendernos. Pero, bueno, la verdad es que tiras una cosa, luego tiras otra y te animas. O sea, primero te animas pero en seguida te excitas. Probadlo. Yo tiré a la basura todos mis viejos títulos y diplomas. Sin pensarlo, naturalmente. Vivimos tiempos de sumisión y acatamiento. Lo malo de remover armarios y vaciar cajones es todo ese polvillo que se levanta. Me refiero a ese polvillo que sin darte cuenta respiras. Ahí puede haber moléculas de una elevada toxicidad emocional. Hay que tener cuidado, lo aviso. A mí, primero me apareció una foto en un libro de Hermann Hesse fechado en el 76. Vi esa foto, que no había visto en cuarenta años, y me mordí el labio sin querer. Y al lado, había una frase subrayada de decía: un poco triste y con destellos de ironía. Una frase inspiradora para mí. El lema de mi vida. Putos poetas, no os fiéis de ellos. Luego abrí una cajita de hojalata que salió de no sé dónde y allí estaba aquel diente de leche de mi otra hija. La que se fue de casa a los 16 y no ha vuelto más de una semana seguida. Me emocioné y le hice una videollamada para enseñárselo. Ella se partía de risa. Acabamos llorando los dos. Mi mujer me miró atónita. Ahora no sabemos que hacer con el diente.