spero que no se convierta esto en un museo de cera, pero esta semana había pensado dedicarle la columna a Jorge Fernández Díaz. Ya sabes, el exministro de interior con Rajoy. Lo conoces seguro. Es el que dijo que su Ángel Custodio se llama Marcelo y que le ayuda a aparcar. Supongo que te suena. También ha explicado que suele ver a la Virgen en persona todos los sábados. Y no bromea. Este hombre habla muy en serio. De hecho, ha escrito un libro. Me pregunto quién no lo hace. Ahí cuenta que ya a los diez años quería ser gobernador civil. Se ve que lo ha tenido claro desde el principio. También cuenta que en 1991 tuvo una revelación divina estando en Las Vegas (Nevada) y que poco después se hizo del Opus, o eso: lo que sea, vamos. Lo cierto es que Fernández Díaz no tiene ningún reparo en contar públicamente y con detalle sus abundantes y llamativas experiencias de carácter místico. Cree en el apostolado. Cree que tiene una misión que llevar a cabo en este mundo y cree en la trascendencia de esa misión. O sea, te puedes imaginar la altura de miras de ese cerebro privilegiado. La tiranía de los necios es insuperable y está asegurada por siempre jamás, dijo Albert Einstein. No sé por qué lo diría. Pero volviendo a Fernández Díaz, todo parece indicar que va a regresar en breve a freírse un poco en la sartén de los medios. La operación Kitchen está que arde. Su hombre de confianza en el ministerio, alguien llamado Francisco Martínez, ha declarado que no quiere comerse él solo todo el marrón del espionaje, Villarejo y los fondos reservados. Dice que no le viene bien ahora porque está un poco inapetente. Y se entiende, claro, ¿quién no lo estaría ante semejante pastel? Naturalmente, Fernández Díaz no dice ni mu. Al menos, de momento. Estará ocupado con algo de lo suyo. Ya brotará cuando quiera. En fin, qué dulce es el amor en las postrimerías del verano.