oy bajando la cuesta Beloso tan tranquilo y de repente me adelanta una silla de ruedas a toda velocidad. Es una abuela. Va a tumba abierta. No lleva casco, pero lleva una peluca bastante compacta. Algo es algo, pienso. Entonces veo que derrapa en la curva y automáticamente me llevo la mano al móvil. Para llamar al 112, no para grabarlo. Por suerte, la silla recupera la estabilidad y frena en seco. Tiene que tener un motor de la hostia, pienso. No obstante, al instante siguiente, la anciana vuelve a acelerar y se larga. Sin despedirse, claro. El ser humano está cambiando, admitámoslo. En muchos sentidos. Poco después es una bici eléctrica la que pasa como un cohete. Luego un patín guiado por el maravilloso hombre bala. Dentro de nada nos pondrán motor de propulsión a los peatones. Mejor dicho, nos lo querremos poner nosotros mismos. Todo está cogiendo mucha velocidad. Nos va la marcha. Pensamos que nos gustaría ir despacio, pero es mentira. Es una fantasía nostálgica. Vamos cada vez más rápidos. Cada vez más. Tampoco sabemos a dónde, pero al parecer eso no importa. Ahora mis hijas escuchan mis mensajes de voz a doble velocidad. Dicen que hablo lento. Pero ya lo hace todo el mundo, ¿no lo sabías? Me explican que muchas de sus amigas ven las series en el móvil a doble velocidad. El capítulo de 50 minutos, lo ven en 30. Se ahorran 20 para otras cosas. ¿Que no te da la vida? Pues vive a doble velocidad. Mucha gente ya lo hace. Dentro de unos meses seremos 8000 millones. James Lovelock (que, por cierto, ya tiene 102 años) dice en su último libro que el futuro pertenece a los ciborgs. Dice que tendrán un lenguaje propio. Y que podrán reproducirse sin intervención humana y evolucionar. Yo no soy nadie, pero ¿sabes lo que pienso? Pienso que quizá seamos nosotros el virus y lo estemos invadiendo todo. ¿Vivir a doble velocidad? Yo creo que es una trampa, no sé tú.