l día más triste del año debe de ser uno de estos. No me extrañaría. Y encima, cómo no, se pone a dolerme la cabeza. Muchas gracias, cabeza, le digo. Así que voy a la farmacia a comprar algo y la farmacéutica está estresada. No da abasto. Aquí, los que aún trabajan, no dan abasto. Todo el mundo quiere lo suyo ya: mis antidepresivos, mis ansiolíticos, mis somníferos. Odiamos a las grandes empresas farmacéuticas tanto como a las eléctricas porque somos adictos a sus productos que nos chiflan. Y ellos suben los precios, normal. ¿Os imagináis cuando no había electricidad, cuando no había fármacos? Era otra vida. Atención, tema: El estrés. Recuerdo cuando llegó el estrés, en los noventa. Al principio, solo lo tenían los ejecutivos. Era un signo de distinción: añadía glamour a la persona. Es como todo: en cuanto se generaliza, se jode. A ver, primera cuestión, ¿somos una sociedad estresada? Porque ahora dicen que lo somos. O sea, que todos estamos padeciendo estrés postraumático. Incluso yo, al parecer. Por la pandemia. Ayer empecé a ver una serie sueca que se titula: Gente ansiosa. Se podría hacer otra que se titulara: Gente estresada. Porque no es lo mismo. Una cosa es el estrés y otra la ansiedad. Luego está la angustia, la desesperación, las fobias, las alergias. Elige lo que quieras. Hay gente que tiene un poco de todo: un popurrí. Pero sobre todo, estamos estresados. Todo el mundo lo está. Creo que esto ya ha sido demostrado por unos científicos californianos, en Hollywood. Así que me imagino que, si estás estresado, no te van a dar la baja fácilmente. Se la tendrían que dar a todo el mundo. El médico que tendría que firmártela también está estresado, piénsalo. El tema es complejo. ¿Dónde está la puerta? Yo no sé por donde salir. Me siento atrapado en otra columna de mierda sin salida. Qué mal rollo. Socorro.