na cosa muy importante es saber quién eres. Pero otra cosa aún más importante es saber quién no eres. Mucha gente ignora quién no es. Y eso es desastroso, claro. Empiezas a actuar como quien no eres y a decir las cosas que dicen quienes no eres y eso te desmonta la chola: vives torpemente, acabas confusa, te golpeas con las esquinas de la realidad a lo tonto, todo el rato, pumba, pumba. Una pena. Por otro lado, saber quién eres de verdad es prácticamente imposible, claro. Porque no solo eres la que eres sino que también eres el que podrías ser con un par de buenas decisiones y algo de suerte. La que fuiste y ya no eres, pero aún queda algo, aunque solo sea un cierto olor. El que quieres ser y, aunque de hecho no eres, también eres de algún modo vagamente melancólico. O sea, que todos tenemos una imagen más o menos distorsionada de nosotros mismos. Y en el fondo lo sabemos. O deberíamos saberlo. Por nuestro bien. Vamos que, en definitiva, más que saber quién eres, lo que de verdad te va a ayudar es saber quién no eres. Por ejemplo, yo sé que no soy Luis de Guindos. Sí, hombre, el del rescate a la banca. Luis de Guindos, el de los cincuenta y cinco mil millones sin vuelta. Estar seguro de no ser él me tranquiliza y me da fuerzas. Es una de las grandes certezas de mi vida. Una de esas a las que te aferras en los malos momentos. Tampoco soy Mike Tyson, claro, comenta Lucho en plan gracioso. Pero una cosa te digo, Lucho: para mí es más importante no ser Luis de Guindos que no ser Mike Tyson. Porque no ser Mike Tyson es contingente, pero no ser Luis de Guindos es necesario. Aunque cada cual tiene sus prioridades, claro, eso lo sé. En fin, lo que no sé es cuántas veces habré escrito la palabra claro en esta columna. Cinco o seis, mínimo. Con lo poco claro que está todo. Qué manía. l