Ayer me reuní virtualmente con un amigo del alma que vive en Nueva York y me alegró la semana porque, pese a Trump y a todo, como además de una gran manzana y un epicentro Nueva York es una isla dentro de Estados Unidos, me dio la sensación de que es bastante feliz y de que quince años después de haberla conquistado sigue enamorado de su ya no tan nueva ciudad. Aun siendo real, encontrarnos en la pantalla del ordenador no deja de ser una sustitución de la realidad a la que aspiramos, del mismo modo que la vida que vivimos desde hace siete semanas solo es un reflejo de la vida a la que esperamos volver.

A mi versión más egoísta le encantaría tenerlo a media hora andando en vez de a 3.540 millas aéreas pero tratándose de la mejor opción posible nos preparamos sendos gin tonics de lejía en homenaje a Trump y ya desinfectados nos lanzamos alegremente a comparar situaciones. Me contó que allí la gente pobre se está muriendo mucho. Al principio coincidimos en pensar que este virus estaba regido por un espíritu democrático. Pero resulta que no. Él está comprobando que aunque en Estados Unidos los ricos también lloran, se mueren menos.

Y nosotros aquí que aunque los hombres también sienten miedo, es solo por el virus, mientras que muchas mujeres temen mucho más el encierro con sus parejas que conlleva. Así que el COVID-19 ya no nos parece tan democrático. Hace dos viernes Estados Unidos aprobó destinar 2 billones de dólares para paliar la flagrante falta de medios en hospitales, apoyar a empresas y familias. Esos 1.852.850.000 euros suponen la mitad del presupuesto anual del país más rico del mundo y el mayor balón de oxígeno de su historia ante una crisis. Aún así a nivel sanitario no parece que esté funcionando y a pesar de ello Trump se pone torero, despide al comité de expertos epidemiólogos y abre el país. Entretanto aquí para las hordas de expertos en todo que brotamos en cada balcón y grupo de Whats App, la desescalada está resultándonos como un gin tonic de lejía. Se acerca a lo que apetece pero no termina de serlo. Somos tan grandes criticando