rancia mata al líder del Estado Islámico en el Sahel y se anota un tanto en la partida. Victoria occidental, europea y orgullo de ejército, país y nación. “Gran éxito”, se congratuló el jueves Emmanuel Macron. La partida se juega en un tablero internacional de límites difusos, Afganistán, Europa, Oriente Medio, el Sahel, Estados Unidos... Ni siquiera el perímetro del Sahel está definido, no es como otras fronteras africanas diseñadas con regla y tiralíneas sobre la cartografía de finales del XIX. Fronteras imposibles de sostener sobre dunas en movimiento que han generado conflictos durante décadas. Sólo sabemos que el Sahel es una lengua de tierra horizontal que atraviesa el continente africano y deja al norte el desierto del Sáhara y al sur la sabana y la selva. Recorre el territorio de diez países. Toneladas de arena, tierra parda y rojiza, arbustos pelados, promontorios rocosos imponentes, algún baobab, pozos de agua, aldeas. Hombres cubiertos hasta los ojos, turbantes, cartucheras cruzadas sobre el pecho, armas sujetando túnicas y pantalones que vuelan a bordo de un 4x4 que derrapa en cada curva mientras disparan sus fusiles.

Escucho en France 24 que Adnan Abu Walid al-Sahraoui es el autor de varios ataques yihadistas en Mali y Níger. Más de 5.000 militares de las fuerzas armadas francesas llevan siete años desplegados en la zona para contener el avance del yihadismo. Para enfrentarse a milicias que tratan de hacerse con importantes núcleos de poder regional. El Estado Islámico, un ente inconcreto e imposible de acotar que no está circunscrito a un territorio ni a unas fronteras. Confiamos en que esta realidad tan inaprensible será como nos la cuentan ministros de Exteriores, presidentes y líderes de organismos internacionales porque a la mayoría se nos escapa. Y sabemos que la política se rige también por las leyes del marketing y mide al milímetro qué acciones y qué gestos vender, en qué momento y de qué modo.