stoy leyendo un libro de David Foenkinos en el que el protagonista es un escritor que decide que el punto de partida y el núcleo de su novela los elija el azar. Contará la vida de la primera persona con la que se cruce al salir a la calle. Le toca una señora mayor que arrastra su carro de la compra. Es un truco, un reto y un riesgo. Cada persona es una jarra que contiene una o muchas historias, pero eso no garantiza nada. Cuando esa jarra vierte en nuestro vaso sus experiencias, bebérnoslas puede saciar nuestra curiosidad y nuestras ganas de descubrir y aprender o dejarnos igual de secos que antes. No todas las historias generan interés ni pueden hacerse universales y arañarnos por dentro. En la Historia que se está escribiendo ahora hay muchos protagonistas. Putin, la OTAN, Macron, Biden, el primer ministro chino Xi Jinping, el presidente de Ucrania Zelenski, los ucranianos prorrusos, los proeuropeos, los más de un millón que han abandonado su cama, su taza de desayuno y el olor de su casa. Algunos querían ser protagonistas, a otros, como a la señora de la novela, les ha tocado. En cuanto empezó a arder esta guerra un amigo ruso que vive en Bilbao encadenó vuelos para llegar a casa de su madre, arrancarla de su sofá, su mesa camilla y su olla de sopa borsch humeante y traérsela aquí. Semana y media después siguen atrapados. Sólo el primer vuelo para salir de Rusia a un país europeo le cuesta casi dos mil euros. No sé cuántas horas estarán durmiendo cada noche su pareja y su hija. Porque al final protagonistas de esta historia somos todos. Las 700 familias vascas y las de otros lugares que han ofrecido a refugiadas y refugiados ucranianos acomodarse en su casa y en su vida. Quienes colaboramos por un lado y por otro nos evadimos en Instagram, en Tik Tok, en Netflix, en Filmin y en HBO, en un libro. Pero siguen ahí. Todo el tiempo. La tristeza, la rabia y la impotencia que genera esta mierda de guerra.