supongo que lo he contado alguna vez. Hace tiempo un señor, que en su extensa vida política ha sido congresista en Madrid, parlamentario en Vitoria-Gasteiz y juntero en Bizkaia, que ha ejercido de catedrático en la UPV, donde incluso pugnó por ser rector, y que además ha comparecido durante lustros como tertuliano habitual en la televisión y radio públicas, en sus canales vascos y castellanos, bien, ese hombre crecido como se ve en el extrarradio del régimen, una tarde me arrancó la carcajada al presentarse de esta guisa en un debate: “Nosotros, los que estamos fuera del sistema,?”. Si su posición económica, laboral, institucional y mediática era ajena al sistema, ¿cómo definir la de los paisanos a los que elección tras elección pretendía representar? Y, claro, tamaña distancia no solo provocaba descojono y estupefacción. También rechazo.

Aquello recordaba al “nosotros, los jóvenes” de Ramoncín, y más recientemente a quien se ha empeñado en hablar con carné VIP de las masas, la gente, los de abajo, los desfavorecidos, con un orgullo de clase que no se corresponde ni de lejos con su posición económica, laboral, institucional y mediática. No hacía falta el disfraz. Ese empeño en tildar de reformista, liquidacionista o directamente de fascista a quien trataba de matizar un discurso a ratos excluyente o exagerado; ese afán por elevar a categoría social un lenguaje marciano, incomprensible, elitista, muy elitista; ese error sectario de creer que Los Chikos del maíz representan más al pueblo trabajador que Maluma, todo eso también nos ha traído aquí. Y la culpa la tendrá el mensajero. Una pena, sí, una larga y agónica pena. Sorpresa, ninguna.