Que no, que por mucho homenaje y palabro que se venda el terrorismo no fue el fruto inevitable de una guerra entre gobiernos o enemigos milenarios. Y no fue la obligada respuesta a ojerizas étnicas ni a brechas lingüísticas entre paisanos. Tampoco el corolario del ring ideológico entre la izquierda y la derecha, ni de la lucha de clases, ni de la pugna legal o emocional entre constitucionalistas e independentistas. Explíquenme el asesinato de cuatro seres humanos por un ser de asfalto: una autovía. Con igual lógica hoy matarían a guías turísticos y hípsters opresores.

No, no hay razón que justificara, ejemplo entre miles, la quema de ertzainas en Rentería. Aunque un partido sostuviera entonces que “la contundencia de algunas respuestas es el reflejo de la crispación de determinados sectores”. Tampoco la hubo para enterrar en cal a nadie, pese a los sepultureros condecorados. Sin duda tenemos problemas, como los tiene muy graves el mundo, pero la utopía de una sociedad sin ellos no exige eliminar y secuestrar al prójimo.

Gesto por Paz vino a desmentir tanta cháchara blanqueadora y a señalar la línea vital que en verdad nos separa. Aquellos héroes evidenciaron que entre los portadores de una pancarta y los de la contraria no mediaba un conflicto histórico, bélico, político, económico, social ni cultural que forzara a odiar colectivamente al vecino, pues eran el mismo pueblo con idéntico pasado. Hubo familias cuyos hijos gritaban a madres que enfrente callaban. No, nos distinguía y aleja un abismo interno y eterno, propio y universal, y urgía aclararlo. Ahora buscan fondos para contar su historia, que es la nuestra. Y aún les debemos infinito.