Yo veo saludable que un preso pinte y esculpa, y normal que si alguien tiene su obra en alta estima le organice una exposición. Ningún encarcelado, por negro que sea el delito, pierde el derecho a mostrar sus inquietudes, y el comisario, hermosa polisemia, no juzga conductas sino acuarelas. Quizás Jon Bienzobas no sea un genio, pero aun así tampoco me parece grave regalarle ese minuto de gloria en la Casa de Cultura. El camino del Guggenheim está sembrado de cagarrutas. Y, no nos engañemos, cuando Leopoldo María Panero soltó en un sarao aquello de “sois vosotros los que estáis en la cárcel, no yo”, y el respetable respondió bobalicón con un aplauso, quedó claro que el malditismo nos ciega. A mí me gustaba a ratos el poeta y al gestor de Galdakao le gusta su vecino.

El problema no es el reo y su arte, sino el experto municipal y el suyo. Pues, en vez de limitarse a explicarnos las bondades al óleo de aquél, en el panel informativo las melancoliza: “Su compromiso político lo llevó desde muy joven fuera de nuestro pueblo. Actualmente se encuentra preso a 1.000 kilómetros de su pueblo”. Un maestro de la elipsis, el escribano, aunque se haga un lío con los posesivos. Teniendo en cuenta que Jon Bienzobas asesinó de dos disparos en la nuca al parado Rafael San Sebastián, participó en el atentado con coche-bomba contra un microbús del Ejército que causó múltiples heridos y abrió la puerta del despacho del profesor Francisco Tomás y Valiente y lo mató de tres disparos a bocajarro, cabe confirmar que lo peor no han sido esos polifacéticos artistas. Lo han sido y lo son sus mecenas.