la candidata de Podemos para presidir el País Vasco ha confesado su dificultad para expresarse en euskara y ha adquirido el compromiso de aprenderlo si es elegida lehendakari. Y así se nos ha ido la tarde, en el eterno rollo bizantino. Porque no nos engañemos, o sigamos engañándonos, que sale gratis, pero al personal militante, al de la papeleta inmutable, el idioma le importa un carajo. El votante dubitativo tampoco lo prioriza. Y, como los partidos lo saben, obran en consecuencia, o sea, no obran y que el líder raje como quiera cuando haya motivos más importantes que el idioma en el que raja. Es decir, casi siempre.

Me pregunto, sin salirme del zoo favorable, cuándo los hoy airados leones, tigres y cebras han castigado en la urna a su político favorito por la cosa lingüística. Y me respondo: nunca. Pues aquí lo que en realidad cuenta no es que alguien hable el llamado idioma propio -como si el resto fuera ajeno-, sino que piense con propiedad, vamos, como nosotros, seamos quienes seamos nosotros. Lo otro, nos mostremos iracundos o agónicos, es un aspecto como mínimo terciario.

Iñaki Iriarte, de Navarra Suma, puede charlar en euskara con la abuela y el niño, por usar la razón sentimental, pero su capacidad geriátrica y pediátrica no le aporta un solo voto de esas preocupadas familias. Mientras que Oskar Matute, de EH Bildu, solo puede atender al pueblo en uno de los dos idiomas oficiales, por tirar de rigor legalista, lo cual tampoco le resta apoyo entre quienes exigen ser atendidos en el otro. Menos mal que el alcalde más votado del partido más votado de Euskal Herria fue un bilingüe modélico: francés y castellano.