Ahora que vuelvo poco a poco al noticiero me acuerdo de aquello que dijera Unamuno, de quien solo se suele mostrar la cara buena, como con Julio Iglesias: "En España no hay separatistas, ni los habrá jamás, si no los hacen los ciegos adoradores de la centralización brutal." Y me acuerdo del vecino porque tras dos minutos viendo la tele, leyendo el periódico y escuchando la radio española siento de nuevo esa fuerza centrífuga, si vale el término, una pulsión hacia la huida y gana de despegue que no tiene nada de étnica, ni de xenófoba, ni siquiera de un egoísmo sanitario resumido en "¡ahí te quedes!". Por carecer, este ocasional separatismo en chándal, mientras como un yogur, carece hasta de ánimo económico, y tampoco es fruto de un agónico proteccionismo cultural. No, todo es mucho más sencillo: me tienen frito, exijo el divorcio mediático. Estos días pandémicos, como los políticos y deportivos, como siempre, siguen tomando la parte por el todo, citando la calle Núñez de Balboa sin apellidarla, como si no existieran la de Zamora y la de Valladolid, tratando a consejeros autonómicos como a miembros del Gobierno, imponiendo su lógica angustia y preocupación, como si más allá del kilómetro cero no agobiaran otras angustias y preocupaciones. Me encanta, lo he dicho mil veces, Madrid, donde tengo infinitos amigos. Pero me separa y exaspera esa visión alicorta según la cual solo hay una ciudad vacía que merezca reportaje, un solo hospital frenético donde sufrir al bicho y, en fin, ya saben. Siendo uno de cada ocho españoles, hagan la cuenta de cuánto le hacen chupar cámara. ¿Alguien sabe cómo les va en Zaragoza, en qué fase anda Oviedo? Pues eso.