Iñigo Errejón ha recordado en el Congreso que Neftlix paga en España 3.146 euros de impuestos anuales, y la noticia ha traspasado el comprometido gremio cinematográfico como cuando se conoció hace dos años: bajo el silencio rodado del estepicursor. Aunque haya cumplido un cuarto de siglo, la genialidad de Def con Dos jamás caduca: "Méate si quieres en mi almohada, y suda los domingos con mi nuevo chándal, pero hagas lo que hagas ¡no me rayes el coche, no, el coche no!". Císcate en Uber, en Glovo, en Inditex, y este verano que nos quedamos en casa también en Airbnb y Ryanair, pero ¡no me toques Neftlix, no, y HBO tampoco! No me vaya a quedar sin trabajo. O sin tardes de porro y manta. Es tal la cantidad de causas justas, la variedad para el postureo, que nos sobran para elegir la que menos perjuicio real suponga al bolsillo, al placer o a la imagen que vendemos de nosotros mismos. Resulta sencillo boicotear la comida rápida si te puedes permitir un chuletón a fuego lento. Duermes con el estómago feliz y la conciencia a nivel premium. Lo meritorio es lo otro, ser decrecentista y decrecer precisamente en lo que te gusta, los libros, los discos, las drogas, los viajes, el lubricante y la farra. Yo puedo decrecer en la caza y la moda sin problema, y de hecho en la última he tocado fondo. En el consumo de pintxo de tortilla, no. Y por si los diez mandamientos fueran pocos, la nueva modernidad añade un par al día. A ver quién se libra así de las contradicciones, cante Anestesia, Muguruza o Bi Bala: zugan ikusten dudana nigan ikusi ezina. El turbocapitalismo empieza donde acabo yo.