n diputado foral dio a conocer el pasado viernes su cabreo porque Iberia le estaba arruinando el puente "por overbookin". ¿Cómo puede vender más billetes que plazas?, se preguntaba con inocente lógica. Había incluso ternura en su queja, como la de quien se asombra de que el ligue de Tinder en la cita es más feo que en las fotos. Más tarde renovó el enfado porque pretendían meterlo en otro avión que "también tiene overbookin". Bienvenido al club de los contribuyentes, a los que, gobierne quien gobierne, les siguen chuleando los bancos, las compañías telefónicas, las mafias aéreas, los imperios eléctricos, en fin, los que cortan el bacalao sin que ningún mandamás se lo impida.

Vueling aún me debe dinero de los viajes anulados por la pandemia. Nunca he conseguido que un ser humano ahí me atienda. Vodafone me mareó durante meses hasta que logré darme de baja. Solo había dos opciones: casarse con la empresa hasta la muerte o pasarme a la competencia, pues la cosa es que la cobaya jamás escape del laberinto. Alsa en verano me choró diez euros en llamadas a un servicio de objetos perdidos donde, perder, perdí de paso la paciencia. Hace poco quise hacer un ingreso en Kutxabank y me dijeron que a esa hora era imposible, aunque la oficina estaba vacía. Esta semana he hablado unas veinte veces con una máquina de Movistar porque, disculpe, todos nuestros operadores están ocupados. La vida es lo que pasa mientras un contestador nos torea. ¿Tienen noticia de ello en los parlamentos? ¿De verdad le resulta sorpresivo, novedoso, inaudito, a un político el hecho de que esos grandullones nos roben? Welcome to Tijuana, amigo.