Hoy leemos las historias, idénticas a las del año pasado si se cambian nombres o lugares, sobre los premiados de la lotería de Navidad de ayer. Conforme comenzaba el invierno boreal, en esta península barataria dilapidábamos los dineros en una donación a Hacienda que en el fondo dice mucho de lo sumisos que somos al Estado. Claro que algunas personas han ganado dinero, todos los demás hemos contribuido a perpetuar este impuesto sin definir como tal, el único que no parece que sea injusto o demasiado cuantioso al pagarlo. Un absurdo, porque somos los europeos que más creen que pagamos de más y que menos opinamos que los impuestos deberían aumentar. Pues nada de eso, porque vivimos asentados en tiempos de lo absurdo. Si tan solo fuera la lotería sería tolerable, dado que mal que bien estos dineros para el erario lo son para todos (más para los bancos que para nosotros, cierto, pero esto es el capitalismo y no hay otro remedio).

Pero a la vez nos dedicamos a crear burbujas de inflación con cada celebración y más en estas del cierre de año. Lo hacemos comprando todos los mismos productos de la mar en las semanas en que tres poderosas tormentas han decidido barrer esta zona del mundo (algo que no solían hacer antes y ahora veremos más a menudo) impidiendo la pesca y demás. Lo navideño sería dejar descansar el mar estas semanas, o escalonar las pitanzas y celebraciones. También decidimos gastar millones para que todo luzca más estrepitoso. Hace unas semanas nos quejábamos como fariseos porque los estados no se comprometían para solucionar la emergencia climática pero ahí estamos, juntando en dos semanas todo lo más caro y menos sostenible que podamos imaginar. Y luego, Vigo, quiero decir, que también hay grados y el absurdo se puede bordar. Con mucha luz, pero pocas luces.