Esto de la ciencia nos trae palabras que se convierten en LA palabra, esa que leemos y oímos en todos los sitios. Ahora tenemos los coronavirus, unos nuevos que vienen del centro de China, de Wuhan. Lo de los coronavirus se puso de moda hace 17 años, cuando una neumonía atípica aparecida en mercados asiáticos creó una pandemia que fue de las primeras del siglo, el SARS. Como nos cuentan los microbiólogos, el mundo ha cambiado mucho y ahora puedes seguir por las redes el avance de la epidemia en un tiempo récord, porque lo que antes costaba años ahora se completa en semanas: identificar el patógeno, analizar su virulencia, secuenciar su genoma... Así se pueden comenzar a desarrollar terapias que lo mantendrán controlado y potencialmente acabaran con los brotes detectados.

Aunque los estereotipos culturales de las epidemias en el cine o hasta las películas de zombies nos ponen un miedo vírico completamente injustificado, ciertamente irracional y poco realista. Mientras tanto, claro, nos sacamos el primer grado de epidemiología con una familia muy extensa de virus: yo escribo esto infestado de coronavirus que me han dejado este fin de semana en casa con un resfriado completamente habitual. No son de la especie que está contagiando a humanos en toda China y que ya comienza a saltar a otros países. El otro día comenzábamos una tertulia en la Biblioteca de Navarra que vamos a repetir una vez al mes, con la presencia de un microbiólogo, precisamente, Nacho López Goñi; un físico, Joaquín Sevilla y yo mismo, de profesión mis estrellas. Por supuesto nos pusimos víricos, pero sobre todo nos dimos cuenta de la importancia de hablar del mundo en clave de ciencia y de humanidades, de abordar y debatir temas que a veces nos aterran y otras nos sorprenden, pero que nos cambian el mundo. En eso estaremos.