onforme la vacunación va completando sectores de la población y se acerca a ese máximo de lo que seguimos llamando pirámide aunque no lo sea, una sensación de cierta urgencia, acaso angustia, va naciendo en mucha gente. ¿Por qué se retrasa? ¿Qué sucede? Este sentimiento no responde a la realidad, semana a semana vemos cómo cada vez hay más vacunas y se inoculan las diferentes marcas a muchísimas personas. Pero uno siente que cualquier espera es demasiada espera. Y esto lleva también a que gente normalmente ponderada en sus opiniones se caliente y se queje. Somos como niños con el ¿cuándo llegamos? sin pensar en que estamos avanzando a una velocidad increíble, impensable hace solamente un año cuando mirábamos el mundo con miedo sin salir de casa y la primavera iba estrenando la pandemia y sus oleadas e incertidumbres. Y por eso tanta gente se vuelve de nuevo experta en salud pública, sabiendo más que las administraciones y las farmacéuticas, más sin duda que lo que podemos saber con la ciencia de la mano.

La espera es un sentimiento que nos incomoda más de lo razonable. En primer lugar porque depende de la forma en que percibimos el tiempo, y ahí hemos dado con un muro complejo. Que se hace más insalvable cuanta más imprecisión tenemos con el tiempo de nuestra espera. El otro día me dijeron: si me dieran ya una fecha, estaría más tranquilo. Le contesté: el 20 de agosto entonces. Y se me quedó mirando como si le hubiera insultado. Y es que estaba en juego el otro factor insalvable: las expectativas. Deseamos que esto acabe ya y de ahí la urgencia, de ahí la espera incómoda. Para solventarlo, la paciencia o la resignación o ambas; y permanecer seguros mientras tanto. Y debería ayudarnos recordar que, a pesar de todo, estamos en el lado rico del mundo y podremos tener la vacuna en nada.