Las versiones más antiguas del chiste de la discordia, ése que ha encendido el último rifirrafe verbal y hasta judicial entre el PP y el PSOE, datan por lo menos de los tiempos de Aznar. No estoy muy seguro de que yo mismo no lo hubiera retuiteado en su momento, con Rajoy como protagonista. Habría alucinado en todos los colores del arcoíris y alguno más si me hubiera llegado una citación acusado de desear públicamente la desaparición física del exregistrador de Santa Pola. Hay una buena dosis de analfabetismo literario en todos esos políticos, jueces, periodistas y opinadores obstinados en quedarse con la literalidad de los textos. Pero también mucho de mala fe. Llevamos ya muchos años de debate político encanallado en el que creaciones jocosas que aúnan humor y crítica social o política acaban sirviendo de tumba para oponentes políticos o voces disconformes. Ahora le puede tocar al PP, pero antes el palo se lo han llevado concejales de Podemos, tuiteros de izquierda o titiriteros. A mí la versión del chiste que ha hecho el tal De la Puerta con Pedro Sánchez en el punto de mira me parece mala sin paliativos. Es lo peor que le puede pasar a un chiste, sosa un rato largo. Pero es un chiste, coño. Un chiste algo bruto. No muy correcto políticamente. ¿Pero dónde se dice que los chistes tienen que serlo? ¿Y dónde que los chistes tienen que sentar bien a todo el mundo? Hay chistes que, para mí, no tienen ni puta gracia. Como también hay autores que odio y literatura que considero pura basura. Pero me aguanto. Últimamente se ve mucha gente con alma de censor. Gente que te dice de qué puedes escribir y de qué no. También de quién, qué o quiénes te puedes reír, y qué terrenos, personajes o colectivos te están vedados. Gente, también, muy dispuesta a sentirse ofendida por chorradas. Un personal muy canso. Por favor, no seamos parte de él. Este 2019 puede ser duro, o sea que mucho amor y, sobre todo, mucho humor.