No son solamente actores o directores de Hollywood con relumbrantes carreras a sus espaldas. En la lista de famosos que en algún momento han sido acusados de delitos sexuales hay deportistas como Cristiano Ronaldo, políticos como Berlusconi o Trump, y cantantes como el ya fallecido David Bowie. Porque quieren y porque pueden. Porque saben que a ellos no les van a decir que no. Hombres en la cúspide de su carrera que, valiéndose de su posición, van a por todas. En el sentido más literal de la palabra todas. Alguna fémina también hay, pero no nos engañemos, el 99% son hombres. Y casi el mismo porcentaje de víctimas, mujeres. No todo es igual de creíble. Es probable que algunos de los consabidos escándalos sean producto de la codicia o de la venganza. O que otros no tengan detrás mucho más que una efusión excesiva interpretada mal o torticeramente. Muchos, sin embargo, nos describen con bastantes visos de realidad a verdaderos depredadores sexuales. Desconozco si es el caso de Plácido Domingo, aunque casi 20 denuncias son muchas denuncias. Me sorprende la carga ideológicamente tabernaria de algunas de sus defensas. “Las manos de un macho no están para estar quietas precisamente. De lo contrario los humanos no existiríamos como especie”, ha soltado el autor teatral y fundador de Ciudadanos, Albert Boadella, para exculpar uno de los sorpassos del tenor. Solo le faltaba decir que es que los hombres siempre estamos pensando en lo único, lo que quizás es cierto, pero que no quita para que hayamos avanzado algo desde los tiempos del australopiteco. Algunos, al menos. Pilar Rahola, exdiputada de Esquerra Republicana y actual opinadora en diferentes medios de comunicación, contó el otro día en una entrevista en televisión como el rey emérito le tocó descaradamente la teta en el transcurso de una recepción oficial. No he percibido un clamor al respecto. Me Too? No hay narices.