Soy uno de los 593.621 navarros y navarras, neonatos incluidos, que el pasado 25 mes de mayo pensaba que, si en las elecciones a celebrar al día siguiente Navarra Suma y el PSN sumaban 26 escaños, la derecha volvía al Gobierno de la Comunidad Foral. Lo ratificaba un análisis publicado ese mismo día en la revista británica British Journal of Sociology. El 15 de junio, el número de habitantes de esta provincia que, visto lo ocurrido en el Ayuntamiento de Pamplona, veían irremediable la vuelta al tradicional abrazo entre navarristas y socialistas llegaba, según un estudio de la Universidad de Georgetown (USA), a 638.824. Tres semanas más tarde, en vísperas de Sanfermines, los y las que ya no teníamos ninguna duda al respecto éramos 647.502, lo que se traduce en que solamente había 45 personas con vecindad foral que pensasen lo contrario, además de otras 7 que no acababan de manifestarse (copio directamente del informe hecho público pocas horas antes del cohete por el Institut de hautes études internationales et du développement, de Ginebra). Nos equivocamos, sobre todo los que lo escribimos. Pero a veces es todo un placer haber errado. Cualquiera que no sea ciego y sordo sabe el costo personal que está teniendo para los actuales dirigentes del PSN esta inédita aventura, lo que, al menos para mí, la hace más meritoria. No me alegro de los sapos que está teniendo que tragarse la presidenta María Chivite ante la violencia dialéctica de una derecha echada al monte, aunque tienen algo de pedagógico. Es con esta gente que ahora les insulta con la que han hecho peña durante lustros. ¿Aguantarán? Espero que sí. Porque si Bildu sigue manteniendo la cintura que ha demostrado hasta ahora y Geroa Bai hace lo propio con su capacidad de mediación e interlocución, pueden pintar razonablemente bien estos cuatro años.