iguel Sanz (Corella, 1952) vive. Vive y apoya al emérito huido a tierras árabes. Las últimas noticias que habíamos tenido de nuestro expresidente habían sido con ocasión de la presentación del manifiesto Por el futuro de Navarra, junto a otra media docena de cargos del viejo régimen foral, algunos para entonces jubilados, como él, y otros todavía en activo. Ninguno de ellos -eran todos varones- parecía darse cuenta de la paradoja de que el “futuro” lo presentara un reducido grupo de sujetos cuyas edades sumaban cerca de cinco siglos en total, por más que el expresidente fuese el más joven entre ellos. Por supuesto, la innovadora propuesta de la cuadrilla para las próximas generaciones de navarros y quizás también de navarras consistía básicamente en lo mismo de las últimas décadas, corregido y aumentado. Interpelados e interpeladas decidieron luego en las urnas que no era eso lo que querían para los años venideros. Desde entonces, Sanz se había mantenido en discreto silencio exceptuando algún artículo en prensa. No ha querido, sin embargo, perderse el último revival del régimen del 78, en forma de manifiesto en favor del Borbón padre. Una vez más, el corellano será el más joven firmante de un escrito revindicando un pasado sospechoso en compañía de los que más se han beneficiado de él. Entre tanta momia atrincherada en consejos de administración y receptora a perpetuidad de nóminas del Estado que para sí quisiera la gran mayoría de la población, la fotografía en la que también ha querido salir Sanz dice mucho de lo que han sido estos años. También él, desde su lejano despacho pamplonés, tiene su pequeña cota de responsabilidad en ese estado de cosas que ha posibilitado que la jefatura del reino de España haya sido ocupada durante lustros por una persona carente de vergüenza y de moral, a la que unas leyes demenciales impiden, sin embargo, destituir, acusar y procesar.