la hora de escribir estas líneas eran cuatro los pueblos riberos a los que, a la vista de sus tasas de contagio por covid-19, el Gobierno de Navarra ha impuesto un nuevo confinamiento: Peralta, Falces, Funes y San Adrián. De todos ellos sólo en Funes se han registrado protestas contra la medida, precisamente la única de estas localidades con UPN al frente del Ayuntamiento. El suceso no pasaría de la anécdota en un territorio donde a lo largo del año, por A o por B, dejamos tantas cacerolas en estado inservible a golpe de cuchara. Coincide, sin embargo, con la vuelta al insulto y al trazo grueso por parte de los principales portavoces de la formación regionalista, como hizo el otro día Javier Esparza en el Parlamento. UPN, y con ella Navarra Suma, fue capaz de dulcificar su discurso y demostrar su cara más dialogante coincidiendo con lo peor de la pandemia y las fechas veraniegas. Se especuló en su momento sobre la posibilidad de que ese cambio de actitud acabara imprimiendo un nuevo rumbo a la legislatura foral. Han bastado las primeras lluvias de otoño para que el navarrismo se eche de nuevo al monte. Se trata de aprovechar el virus para intentar desgastar al gobierno de Chivite, tal como hacen PP y Vox en Madrid con el de Sánchez. Incluso han llegado a hacer suyo el “Pamplona está igual de mal que Madrid” con respecto a la segunda ola del coronavirus, sin importarles perjudicar a la capital navarra con tal de hacer valer las tesis de Ayuso para la del Estado. Supongo que esperan también que las malas perspectivas económicas para los próximos meses contribuyan igualmente a que el viento cambie a su favor. Ya se encargarán ellos de poner palos en las ruedas. La tregua se ha acabado. Esparza va ya en el mismo tren que Casado. Ambos solo pueden acabar de presidentes, o despeñados.