Albert Rivera tiene todo el derecho a defender la gestación subrogada, pero cuando se pregunta si hay algo más feminista que subrogar un vientre para ayudar a otra mujer realiza una apropiación espacial indebida, si nunca se había situado como feminista, ¿desde dónde quiere dar lecciones? Pablo Casado tiene todo el derecho a estar en contra de la actual ley del aborto, pero aportar datos falsos al debate debería inhabilitarle. Un político ha de gestionar la realidad, no la fantasía por conveniente que esta le resulte. Santiago Abascal tiene todo el derecho a disentir del programa Skolae, pero cuando dice que de sus propuestas se deduce que la sexualidad sana ha de ser comunista está pidiendo a gritos un curso de comprensión lectora y luego otro de cultura general. Que diga que nos quieren quitar hasta la picardía suena a cuplé. Arcaizante y graciosillo. Pero ahora esto es muy serio.

A mí me molesta bastante que me tomen por ceporra. Y esto empieza a ser personal y creo que no soy la única. Tampoco me gusta que la comunicación política parezca un monólogo del club de la comedia, con los recursos propios del género. Me sonroja. En la vida normal y con el voto y otros mecanismos una intenta contrarrestar, pero cuando escucho argumentos de este pelo, a ellos y a más gente, lo paso muy mal.

Estoy probando antídotos. Había uno que prometía. Consistía en imaginar los documentos que estas personas manejan a diario, argumentarios y discursos, y visualizar el destacador amarillo en la frase que exige énfasis o el signo vertical con rotu negro que señala la conveniente pausa dramática. Subrayados en rojo, los chistes y al margen, los emoticonos que pautan la gestualidad. Ser consciente del proceso de preparación me ponía peor cuerpo. Tendré que seguir investigando.