ay palabras que pueden tardar años en instalarse en el vocabulario habitual a no ser que pase algo que vuelva evidentes los conceptos que nombran para que un alto número de personas aludan con ellas a una realidad que no puede expresarse mejor de otra forma. Es el caso de interdependencia, que al asociarse en un binomio indeseado y fantástico con coronavirus está siendo entendida y vivida y esperemos que en adelante aplicada en otros ámbitos más allá del de la salud.

Como humanos somos recíprocamente dependientes para abastecernos, cuidarnos, informarnos, animarnos, calmarnos, apoyarnos, en definitiva, para vivir. Con lo que hacemos y con lo que dejamos de hacer. Lo vamos a tener muy claro cuando acaben estas dos o más semanas de alarma. Esta crisis nos pone en situación de pérdida y recuperación, solo ver la calle vacía es ocasión de percibir el esfuerzo y saberlo bien empleado, un no estar para estar mejor, para protegernos y proteger sobre todo a quienes son más débiles.

Por eso, estos primeros días me ha gustado ver a Mónica Yu hablar en nombre de la comunidad china para explicar el cierre de sus comercios y poner sensatamente razones para desactivar pensamientos y comportamientos racistas, me ha gustado que la gente aplique su ingenio a tomarse la situación con humor y a proponer alternativas para el confinamiento.

Me gustaría que pasada la alerta sanitaria la protección de las personas siguiera en el centro de la política, que hubiéramos aprendido la lección de la interdependencia, que quienes han puesto de su parte la difícil aceptación de dejar de ganar lo necesario y perder más de lo prudente, las y los trabajadores autónomos, la pequeña empresa, los y las afectadas por regulaciones y suspensiones, económicamente frágiles, constataran también la solidaridad eficaz del resto de la sociedad.