staba ahí, encima de la mesa, en la pila de libros para cuando hubiera tiempo. Y le ha llegado. La cucaracha, de McEwan, una ingeniosa fábula política que se lee en una tarde, regala varias carcajadas y coloca al final una sonrisa desengañada pero tenaz. Casi al final, en la página 124, el protagonista (¿o habría que decir la protagonista dado el trasiego del personaje por las ramas del reino animal y el género gramatical?) enumera las bases de la miseria humana. Comienza por la guerra y el calentamiento global y sigue por las jerarquías inamovibles, la concentración de la riqueza, las supersticiones arraigadas, la maledicencia, las divisiones, la falta de confianza en la ciencia, en el intelecto, en los extranjeros y en la cooperación social. Añado que solas o combinadas. Era un libro para este momento. Pueden ustedes ordenar la cosecha de las últimas semanas en cada uno de los apartados especificados, empezando, por hacerlo desde lo negativo y lo menor, por los llamamientos a hacer vahos y tomar bebidas calientes, a veces lo más insignificante es un tesoro de significaciones. Hagamos algo que no cambia nada a mejor pero que nos sitúa a la vista como si lo estuviéramos haciendo. Parte del personal funciona por libre y con un desahogo envidiable. ¡Qué magníficos autoconceptos! El máximo, según su criterio. En positivo, empiecen por ustedes, con papel y boli si lo prefieren, y hagan el inventario de los innumerables y afortunadamente no televisados ejemplos de responsabilidad, solidaridad, cordialidad y esperanza que han protagonizado y han recibido en su temporalmente reducido hábitat. De lo que han decidido decir y callar, de lo que han hecho para bien, de la domesticación de los pensamientos negros, de las veces que han respirado hondo, de los descubrimientos, ahora que hay tiempo de hacerlos.