a sido una de las palabras de la temporada. Haciendo un rápido resumen de lo que veo alrededor, para algunas y algunos el teletrabajo ha supuesto un descubrimiento. Han podido hacerlo, disponían de un lugar adecuado en casa y la descendencia, de haberla, tenía ya una edad y ha estado al menos relativamente centrada en sus tareas escolares. Para esta opción hacía falta reunir varios dispositivos. Y, por supuesto, no convivir con enfermos u otras personas dependientes. Estas personas comentan que no les disgustaría en la nueva normalidad trabajar de forma mixta, aquí y allá. Para las que no cumplían estas condiciones, el teletrabajo no ha sido ninguna bicoca. Es complicado convencer a niños y niñas pequeñas de que se peguen ocho horas en la posición del loto. Han tenido que madrugar o trasnochar mucho.

Otras personas refieren otra experiencia que se materializa cuando al trabajo no se le pueden poner límites horarios claros y su franja de realización es como el gas, que ocupa todo lo que le dejes. Si además el centro de trabajo es el perímetro de tu ordenador, allá que te quedas pendiente de un correo o de un repaso más o te mantiene in situ quien necesita tus servicios y cuenta con tu disponibilidad. Cuando así, el cóctel está servido, las jornadas se prolongan y se entra en una espiral donde se hace arduo distinguir el tiempo de trabajo de otros tiempos. Por comentar solo dos posibilidades, pero se han dado todo tipo de combinaciones entre ambos supuestos.

En el otro extremo, una amiga se quejaba de lo contrario. Su teletrabajo hasta hace dos semanas ha consistido en contestar una media de dos correos al día, soñaba con que le mandaran hacer cualquier cosa, no soportaba la inactividad, decía que quería ganarse el sueldo.

Teletrabajar es diverso.