tiene una teoría. Que no es suya propiamente, que la ha ido haciendo con retales de un lado y otro, pero que le gustaría verificar. Esto es puramente retórico, significa que está convencida de su validez y punto. Tendrías que hacer una encuesta a un grupo discretamente numeroso y variado de personas, debería apuntarle, pero como T es muy vehemente, me callo y sigo escuchando para que me la cuente. Dice que sospecha (pondría la mano en el fuego, sería más correcto) que el primitivo miedo al coronavirus, ese que sentíamos en febrero, marzo o abril y nos hacía temblar al escuchar una inocente carraspera o un estornudo expansivo, se ha vuelto polimorfo. Ha mutado e identifica dos grandes familias.

La primera, la original, el miedo a contagiarse y enfermar, persiste y admite intensidades desde la prudencia al pánico. La segunda categoría aglutina lo que llama miedo-palanca, es decir, el primer miedo se desdibuja, ahí está más o menos consciente, pero también se disfraza y dispara otros miedos anteriores o crea nuevas modalidades. Todas caben, desde el temor a quedarse atrapada en un ascensor a la fobia social o el miedo a las serpientes en latitudes templadas como es el caso. Se pone como ejemplo. Dice que como ha mantenido todas las medidas de seguridad recomendadas contra el virus y le han resultado eficaces, ese terreno parece tenerlo controlado, pero asiste al insidioso despertar de demonios inéditos. El miedo-palanca comprende varias cepas, prosigue, que se identifican según las reacciones de las personas afectadas, que van de la irritación comunicativa a la inmovilidad empequeñecedora. Le pido que especifique, porque, sin ir más lejos, yo me noto más rara que hace un año, pero contesta que una cosa es tener una teoría y otra redactar el BOE.

¿Les pasa a ustedes?