a pasado siempre, pero ahora me pesa. Quién no se ha hecho una lista de pros y contras para tomar un camino u otro, para tener opinión y elaborar argumentos para explicar, defender, desechar. Parece sensato hasta que cunden los argumentarios que dejan de ser una explicitación de la posición, del yo ahora estoy aquí, ¿dónde estás tú?, ¿qué sabemos?, ¿qué hacemos?, para convertirse en impenetrables formaciones en tortuga que impiden formular opiniones abiertas a la evolución y el consenso.

Compruebo que estamos hablando, topamos con la palabra clave, igual da lobo que 8-M que Messi y, de repente, la realidad se subraya y se vuelve azul y caemos de cabeza en el hipertexto que nos redirige al argumentario, la opinión fosilizada, un tesorito a menudo ajeno, la información casi necesariamente parcial que acaparamos. Esto, además de abonar tediosas reiteraciones, no hace avanzar ninguna comunicación, menos aún la negociación. Consumimos argumentarios, que ya es triste, porque para que mantengan sus propiedades hay que tragarlos crudos, sin aliño, tal cual. Berza cruda para comer y para cenar. Hace falta estómago.

No tengo una opinión formada sobre la caza del lobo. Es solo un ejemplo. No tengo opinión formada sobre muchas cuestiones. Habrá quien considere que sobre demasiadas. Bueno. Son opiniones. Estaría bien que les diéramos un peso ajustado, una superficie algo resbaladiza para soltarlas con ligereza. A mí me resulta muy liberador. Ya tengo una edad como para haber comprobado que las posturas cerradas no auguran nada bueno. Por otra parte, de algo hay que hablar, pero basar las conversaciones en el intercambio de opiniones es tan limitado que resta opciones al encuentro.

Pues será la edad o la fatiga pandémica, pero me parece que cada vez hablo menos. Estaría bien que eso significara que escucho más. Que pregunto el doble.