l domingo será el día de la madre y dada mi edad y la de mi descendencia no recibiré ni un dibujillo ni un collar de macarrones. Supongo que aunque los presentes escolares habrán experimentado su lógica evolución seguirán viniendo acompañados de un mensaje escrito con caligrafía embrionaria que se encabrita por momentos. Hacían ilusión, tan esforzados, ofrecidos con tanta ingenuidad. Pienso en ellos y me planto en un patio esperando la salida y los besos con olor a plastilina y calor. Qué cosas. Los años hacen anécdota las tardes con rabietas antológicas y públicas y los gestos torcidos. Sin más.

Me he ido. Quería plantear como me resuena esa expresión del título porque creo que con frecuencia se utiliza como coartada. Un ejemplo: "A mí no me gusta que se peguen los críos, pero, como madre, defendí al mío". Pues eso, si a ti, ciudadana X, no te gusta algo, se supone que el disgusto es idéntico lo haga quien lo haga. Mayor incluso si te toca de cerca. Si no, lejos de un arrebato de amor materno estamos ante un caso de falta de seriedad como poco. La expresión da para eso y para más. También contiene una colección de obligaciones que quedan muy claras para quien las define y las exige, aunque no sé si tanto para la exigida. Esta es una cuestión peliaguda.

Pero como ha sido el día del libro y casi todo está en ellos, ahí van cuatro propuestas por ir adelantando: un ensayo, un clásico, La mujer y la madre, de Elisabeth Badinter, el fruto de una investigación, Madres arrepentidas. Una mirada radical a la maternidad y sus falacias sociales, de Orna Donath, unas memorias, Apegos feroces, de Vivian Gormick y El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, una novela de Tatiana T?îbuleac.