ómo abriré los nuevos contenedores? ¿Con tarjeta o con el móvil? Tendré que decidirlo. Por ahora, se me ocurre que a la separación y al reciclaje se han asociado mensajes con connotaciones creadoras, transcendentes. Las tenía el lema Reciclar es dar vida y las alas del ser que lo acompañaba reforzaban la idea y remitían a un espacio elevado. De aquellos tiempos data la rutina de P, que trabaja en casa y aprovecha cuando baja a por el pan a mediodía para sacar la publicidad que asoma de los buzones y llevarla al contenedor. Vela para que no se pierda ni un gramo de papel en el viaje del bosque al reciclaje, aunque esto suponga que el portal entero ignore donde comprar langostinos, naranjas o pañales de oferta. Una pequeña neurosis que da lugar a un caso de economía circular vertiginosa que da para plantearse si hacía falta que tanto papel entrara en la rueda, como entra tanto vidrio, tanto metal, tanto plástico, tanta cosa. El lema actual es El poder de transformar.

A mí, que tengo muy poco poder, se me llevan los diablos, que generarán emisiones de azufre si es cierta la tradición, cuando leo el informe de Greenpeace sobre Ecoembes, que les aconsejo, cuando veo magdalenas emergiendo de sus correspondientes cápsulas de papel envueltas en plástico, colocadas en una bandeja de cartón y dentro de otra bolsa de plástico, como si fueran sustancias peligrosas o un miembro amputado que necesita sobreaislamiento para reimplantarse. ¿Alguien puede legislar sobre este derroche? Eso también sería transformador. Porque, siendo que seguiré separando y abriré los contenedores con móvil o con tarjeta, me disgusta que mis mínimos actos responsables, y los suyos, no formen parte de un continuo que se respalde allá arriba, donde se puede decidir de verdad, a lo grande.