No sé si recuerdan a aquella funcionaria de la Delegación del Gobierno en Navarra que hace más de 20 años se dedicó a solicitar dinero a empresarios con la excusa de la lucha contra ETA y que finalmente fue condenada a nueve años de prisión por malversación y fraude. De los muchos millones que obtuvo con sus tretas, nunca devolvió 1.120.000 euros. No contenta con sus proezas, se reinventó en Logroño -donde incluso fue decana del Colegio Oficial de Psicólogos de La Rioja-, hasta que de nuevo ha recibido una condena de seis años de cárcel por estafa continuada. En esta ocasión, se valió de empresas inmobiliarias que administraba su pareja para vender inmuebles que no eran suyos y de otras triquiñuelas parecidas con las que timó a 14 personas que nunca recuperarán los más de 1,3 millones de euros defraudados.

En ocasiones somos demasiados incautos, rozando la credulidad infantil, frente a los tiburones que nos rondan queriendo un trocito, o tantos bocados como puedan robarnos, de cada uno de nosotros. Acuérdense de ello cuando alguien se les acerque con grandes palabras y sonrisitas y cuando les repitan promesas de un próximo mundo feliz capaz de proporcionarles a partes iguales bienestar sin límite y desventuras para sus oponentes. Acuérdense de ello cuando hoy vayan a votar.