Acabo de colgar un montón de calcetines del balcón. No soy de seguir iniciativas ciudadanas al tuntún, pero algo quería hacer para expresar mi pena por la muerte de María Berrio, porque esta señora ha sido una institución en el Casco Viejo de Pamplona. La anciana matriarca gitana, a la que el barrio conoció y quiso, fue una brava, trabajadora y poderosa mujer que enviudó joven con varios hijos. Tras soportar una vida plagada de tristezas y sinsabores, mostró siempre una dignidad y resistencia que ya quisiéramos otros. Recuerdo a María hace ya años cuando acompañaba a alguno de sus nietos a las escuelas y he leído que siguió realizando esta tarea con biznietos y tataranietos. A continuación, con su bolsa al brazo, un precioso moño blanco y de invariable luto, comenzaba su recorrido por las calles mientras susurraba aquello de "corazón, qué guapa eres, cómprame unos calcetinicos". Hasta no hace muchos meses, subía pisos y pisos a pie y llamaba al timbre de las puertas al grito de "abre, que soy María". Me arrepiento de no haberle comprado más pares y echaré de menos esa pequeña figura, enfilando las calles Jarauta y Descalzos a pasitos cortos que eran todo un símbolo de su fortaleza. Hoy, no tengo otra manera de despedirme que como ella lo hacía: "Que Dios te bendiga".