Toda la semana pendiente de los resultados electorales de EEUU, sin olvidar la dosis diaria de pandemia, cuando de repente me topé en la radio con las palabras del arzobispo Francisco Pérez. Al oírle proponer el traslado a la Catedral de Pamplona de las misas de exaltación franquista que desde hace décadas la Hermandad de los Caballeros Voluntarios de la Cruz celebra en la cripta de Los Caídos, lo primero que pensé es que había encontrado un tema que me asqueaba y revolvía aún más que Trump y la covid. Esas celebraciones en las que se ensalza el golpe de Estado que terminó con la legalidad democrática y que en Navarra dejó más de 3.000 asesinados son, al decir de Pérez, "un acto de adoración y de petición por todos, como ocurre en el Valle de los Caídos, que no se pide sólo por unos sino por todos". Me pinchan y no sangro. Claro que antes de poder oficiar en la iglesia principal de la diócesis, la citada hermandad ha de adaptar sus estatutos en los que se recoge, entre otras aberraciones, que el fin de la misma es mantener íntegramente y con agresividad si fuera preciso el espíritu que llevó a Navarra a la cruzada por Dios y por España al Concilio Vaticano II, aquella asamblea ecuménica que finalizó hace la friolera de 55 años. Por no ir más allá: si me pinchan, no sangro.