Da la impresión de que, al menos en lo público, los días de la empatía social generalizada, la que despertó la llegada inesperada y brutal de la pandemia vírica, pasaron a mejor vida y el encono ha vuelto a la vida pública con renovadas fuerzas. Que en lo privado y vecinal, que es donde estimo radica la fuerza social del futuro inmediato, las cosas sean de otro modo y esa empatía haya salido fortalecida, no quita para que el clima general sea de inquietud y encono, naturales no lo niego, pero sobre todo azuzados por un discurso político y por un clima forzado de apocalipsis, genocidio, estado policial e intolerable dictadura, que para quien lo echa a rodar era el jardín del Edén cuando de verdad la hubo. Hubo un momento en que cundió la esperanza de que la ayuda mutua, el sentimiento de fraternidad y el reconocimiento del trabajo de sanitarios, cuidadores, limpiadores, vendedores, transportistas, como parte fundamental de un vivir común, iba a dar un giro de renovación y solidaridad a este. Pero no, primero llegó la policía de los balcones, luego la delación y la mala cara, y al final el berreo, las cazuelas contra los aplausos (a ver quién da más) y la rojigualda de luto como símbolo sectario asombroso. Que la población esté inquieta y enconada dentro de un estado de incertidumbre y miedo, es un negocio al que se le pueden sacar chispas; y que esté excitada e irritada todavía más, porque motivos no le faltan el encierro y sus daños ciertos, emocionales y materiales, de modo que no hace falta sino señalar culpables y chivos expiatorios, denunciar agravios y abusos criminales, echar a rodar patrañas, a modo de potente bencina para que esa hoguera mantenga su fuego vivo. Importa poco que el embate de la pandemia vaya a menos porque, es obvio, eso no se debe a las tareas de gobierno ni a los esfuerzos sanitarios, sino al aire, era algo que ya se sabía, que la ultraderecha tenía controlado, que otra cosa hubiese sido de haber gestionado ella la calamidad. Es imposible combatir tanta mala fe esparcida en las últimas semanas. No se puede dejar pasar, ni minimizar, por mucha confrontación que eso represente. La hoguera no se va a apagar sola. Caín anda suelto, es ya un lugar común, pero ¿qué dirías de los rojigualdos en busca de camorra en el barrio de toda la vida, no precisamente el de la gente acomodada? Una minoría, te dicen, sí, también lo eran los que ahora tienen 52 diputados y también lo eran los primeros patriotas que salieron a la calle a cacerolear como asnos locos, antes de que eso se extendiera con furia por todo el país. No estaría mal saber quién organiza las espontáneas concentraciones antigubernamentales y quién paga el reparto de banderas, banderolas y banderitas hay documentos gráficos de esos repartos, al menos en Madrid, las panfletadas, las pintadas con plantilla, todas tan iguales y en tantos sitios distintos, las pancartas colosales con infracción de derechos de autor encima, como la que colgaba hace días en la fachada del edificio madrileño de Huarte y Cía. Algo que tal vez pueda ser declarado fake, bulo, montaje y etcétera, como casi todo lo que nos molesta. Insisto ¿Quién paga? No se sabe, pero que es algo organizado en plan guerrilla urbana de nueva generación, de eso no tengo la menor duda. Está visto que la ultraderecha, que demuestra no aceptar el juego democrático ni el resultado de unas elecciones ni los acuerdos del Congreso de los Diputados, busca dar un golpe, también de nueva generación, un golpe democrático, necesario para reconducir el país, un golpe de salvación nacional, un golpe patriótico a manos de un puñado de salvadores de la patria de un esperpéntico que tumba Es de no creer, pero ese es el clima del que gozamos, por encima de muertos y enterrados, de contagiados, de gente muy baldada después de haber dado lo mejor de sí, y en cuyo nombre los patriotas no actúan ni en broma. El suyo es otro país, otro mundo, en el que no entramos todos, ni muertos ni vivos.