Lo propio de las indignaciones es que se desinflen con el paso de los días. Está ya sucediendo con la infamia de las residencias de ancianos de Madrid, por mucha leña que los medios echen a esa hoguera que no debería apagarse hasta que los responsables fueran juzgados y que las condiciones de vida de los ancianos en las residencias madrileñas se regularan de tal forma que no se pudiera repetir lo sucedido.

No parece ser ese el caso. El poeta chileno Raúl Zurita, candidato latinoamericano al premio Nobel, acaba de decir que Lo que la pandemia nos muestra es una muerte sin ilusión, sin un último beso. Lo de la ilusión no lo he entendido bien, pero lo del beso y las palabras sí. Hace falta una política sanitaria pública y de una calidad que impida desmanes como los que se han cometido de manera dolosa; pero no, lo que hay es otra cosa. Mientras no se renuevan contratos a casi cuarenta mil sanitarios, Defensa proyecta contratar siete mil militares que no necesita para nada. Y no solo eso, sino que la alcaldesa de Madrid pretende compensar a modo de homenaje a los sanitarios con una corrida de beneficencia en la que se matarán 6 toros 6, y a la que no asistirá, como presidenta, Carmen Polo de Franco de milagro; con la descerebrada y sus mariachis, basta.

Así están las cosas. Indignarse ya no sirve para nada o para muy poco, porque el miedo sigue en el mismo bando. ¿Indignan los informes policiales plagados de bulos, tergiversaciones, medias verdades o falsedades groseras que le sirvieron a la jueza Rodríguez-Medel para poner en jaque al gobierno de colación tras perseguir al delegado de gobierno de Madrid por la marcha del 8-M? Nada o muy poco, ya es nieve de ayer. Indignó en su día la venta de viviendas sociales a fondos buitre por parte de Ana Botella operación en la que figura como beneficiario su propio hijo, pero mucho menos la absolución por parte del Tribunal Supremo, porque estamos estragados, porque estamos baldados, porque estamos admitiendo que, como se ha empezado a decir, ese tribunal actúa como un partido político paralelo. Nos indigna a más y mejor, en consonancia con el resto del mundo, el homicidio de Estados Unidos, arden las redes, la gente se echa a la calle, los más sesudos se explayan y lucen en los ruedos mediáticos, pero la muerte terrible en un centro de menores de Almería de Iliass Tahiri, mucho menos, es aquí y aquí atacar a las fuerzas del orden y a los matones que cotizan en Bolsa, es complicado, delicado, te puede indisponer, te pueden meter la mordaza. Patxi López, en plan tontaina utilizando un nosotros que lo mismo era mayestático que camorril, sostuvo que en este país nunca ha habido muertes racistas a manos de policías Las hemerotecas dicen lo contrario; pero qué más da.

Los sueldos de esta gente lo aguantan todo y el racismo institucional, fruto también de una instrucción deficiente, continua pimpante, a diario, en los barrios donde viven inmigrantes. ¿Nos indignamos? Poco o nada. Lo denunciamos, sí, armamos nuestro poco de bulla, en la taberna mediática de los cuatro gatos que frecuentamos, pero está visto que no sirve para gran cosa. Que UPN vota en contra (al lado de Vox) de retirar medallas a torturadores, algo que en la práctica viene a ser una justificación del régimen que las consintió y alentó, a qué indignarse, si entra dentro de una lógica aplastante de décadas.

Aplausos de la peña, en lugar de una indignación. Si para algo ha servido esta pandemia es para vernos las caras y a juzgar por la patriótica lencería rojigualda publicada en redes sociales hasta el culo. Los insultos rebuscados de una grosería vinosa, provocan más risas que indignación pacificadora. La camorra nacional está servida, sigue bullendo a fuego vivo. Con o sin indignante camorra política que ha dejado en un segundo plano la tragedia de los miles de fallecidos, la indignación, el temblor, los miedos y, aquí sí, las ilusiones de un futuro mejor, han ido adelgazándose, empalideciendo, de manera alarmante. La realidad se impone y con ella una incontrolable riada de despropósitos que invitan a todo menos al silencio.